Monday, July 27, 2009

EL CUENTO DE NUNCA ACABAR por Alfonso León Daza Vargas

“Ojalá fuera un mal sueño que se acaba al despertar” (Luz Marina Posada: Danza “El cuento de nunca contar” en su CD Maíz Lunar)

Para él fue un día bendito aquél en que dio el paso de simple creyente militante - bienintencionado según los postulados acomodaticios de su fe - a delincuente de cuello blanco fungiendo como ideólogo de un supuesto cuerpo de doctrina cuya autoría se atribuía a su patrono, el gobernante mesiánico. Practicaba su uso mendaz del idioma y su confianza de seminarista en los falsos razonamientos por medio de afirmaciones categóricas en las que, por ejemplo, llamaba “buscadores itinerantes” a los desterrados por los terratenientes soporte de su gobierno y a través de pronunciamientos malignos como la mirada de su jefe en los que con énfasis rebuznaba frases optimistas y abracadabrescas para adormecer las conciencias.

Su sistema viscoso se escurría y reptaba con base en las antiguas, bien probadas en la práctica y nunca suficientemente retadas y refutadas tácticas del razonamiento falaz y la calumnia, con las que contribuyó durante años al progreso de la ideología dominante en contubernio con la estulticia de la gran masa de votantes, cuyas mentes entorpecidas veneraban al gobernante de quien él era esbirro y a las figuras con pies de barro de los principales instrumentos de alienación del estado. A la manera de lo que en la década de los sesentas hicieran Pauwels y Bergier en contra de la razón y la ciencia, este personaje mostraba con la desfachatez de sus tergiversaciones un menosprecio total por la inteligencia de cuantos sufrían una desgracia tras otra de un gobierno bajo la égida de los líderes de su grupo de oración. Y podría justificársele, pues ninguna inteligencia podía suponerse en una muchedumbre de badulaques que se dejaban llevar por donde él quería con sus argumentaciones mistificadoras y nuevos bautismos fraudulentos de conceptos y realidades.

Ni un instante durante el reinado de su amo menguaron sus engañifas en forma de falsas propuestas explicativas de los males del país ni su encono ponzoñoso para poner sambenitos a los opositores y endilgarles toda clase de atrocidades cometidas por su jefe, su partido y sus secuaces. De manera que prosiguió largos días con sus divagaciones al estilo de aquella en la que afirmó que si ahora habían salido a la luz más crímenes de estado y evidencias de la connivencia entre el gobierno y el crimen organizado se debía agradecer, precisamente, a la política de “vigilancia pluricrática” que su jefe ladraba y gruñía cada vez que se le ofrecía la ocasión.

Ocurrió, pues, que se hizo tan diestro nuestro protagonista en su arte pseudoretórico y tan consuetudinario su uso de la sofistería más descarada que empezó a mentir a diestra y siniestra llamando blanco a lo negro y viceversa por el puro gusto de ensalivar las mentes y los rostros de quienes tuvieran la desdicha de andar en su cercanía. Pronto se hizo insoportablemente notoria su manía incluso entre los bienaventurados de su círculo y en los clubes juveniles y universitarios con procedimientos hitlerianos y monacales para el reclutamiento (promovidos por su cofradía como una obra de llamado a la santidad desde su visión evangelizadora que propone principios ejemplificantes como modelo de vida) y entonces, atenazado por su propio desvarío, se empecinó en sus espejismos hasta que la fe ciega y la esperanza puestas en sus deleznables teorizaciones reaccionarias y las constantes prácticas ascéticas recomendadas por el célibe que le señalaba el camino le retorcieron las volutas intestinales de su cerebro que producía tanta mierda, de manera que empezó a tomar por hechos sensibles sus alucinaciones.

Ahora sí, sus anhelos de brujo cosmovisionario se iban a hacer realidad y se habría de servir de ellos en ese universo inexistente de su talante de prelado personal. Ahora, desde el laberinto abisal de su demencia iba a poder vivir este gandul, él solo, en el mundo irreal que había nombrado e invocado para otros durante tanto tiempo.

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